11 junio, 2022

Si esto no es arte, ya no sé lo que es

Fausto, el galerista, contrató a toda una compañía de actores aficionados, a medio prostíbulo de la zona alta, y los servicios y productos de un camello de primera. Había que ultimar unos detalles, y sobre todo, hacer equipo, así que Fausto invitó a cenar juntos a toda la troupe la noche anterior a la inauguración de la feria de arte. La verdad es que la imagen que proyectaba la reunión de semejantes personajes era pintoresca. Nunca veréis las fotografías que se hicieron porque pertenecen a mi colección personal. Obviamente, tampoco sabréis nunca como acabó aquella noche.

Al día siguiente, todo el mundo estaba en sus puestos a la hora convenida. El plan se cumplió punto por punto. Los actores consiguieron que la atención de todo el público girase alrededor de la obra de Fausto. El sexo casual en los baños provocó que los viejos millonarios se sintieran jóvenes y alocados de nuevo. La droga corrió por doquier. Tomada por voluntad propia o a través de la bebida, la inmensa mayoría de los allí presentes, llegaron al momento de la subasta en un estado de euforia inconsciente, con la mente racional bajo mínimos.

—¡Vendido por 120 millones! —fueron las últimas palabras que se oyeron antes de que Fausto abandonase el lugar, dejando atrás el ruido de la muchedumbre, que aplaudía a rabiar el hecho de que uno de los suyos había sufrido el gran timo de la historia del arte, aunque ninguno era consciente de ello en aquel momento.