—No me lo puedo creer. Me han timado.
Louis el incauto había comprado un viaje por internet. ¡Oferta de última hora! ¡Última plaza! Resérvala ya y viaja al Amazonas por solo 20 rupias. Clic, clic, clic. Tarjeta de crédito, clic. Su billete, gracias. Acuda mañana a las 6 de la mañana a la calle de los gansos, 66. Traiga bocadillo. Louis untó el pan con abundante mantequilla, colocó con mimo unas lonchas de mortadela baja en sal, y envolvió su pequeña obra culinaria con destreza. Apagó las luces y se fue a dormir. Soñó que viajaba en avión, se incendiaba y caía al fondo del mar, donde solo había mierda. Ni rastro de Bob Esponja.
Al día siguiente, llegó al punto de encuentro 6 minutos antes de las 6. Hacía frío, unos 6 grados, y el escalofrío que recorrió su espalda, mitad frío, mitad decepción consigo mismo, fue inusualmente largo. Unos 6 segundos. La siniestra puerta ante la que se encontraba se entreabrió y una ráfaga de viento la volvió a cerrar violentamente.
Análisis de la situación: nadie en la calle, algo razonable a esas horas en esas calles; perder 20 rupias escuece, pero es tolerable; Louis todavía mantiene todos sus órganos dentro del cuerpo, al menos antes de abrir esa puerta. La puerta. La puerta se ríe mientras mira de manera burlona a Louis. Eso sí que sobrepasa lo soportable. En un impulso valiente, inconsciente, Louis abrió la puerta y entró sin dudar. Poca gente creerá esto, pero Louis se encontró en medio de la selva. Un tucán le saludó con un movimiento de cabeza, y una familia de monos calvos le invitaba a subir a un árbol. Louis trepó, como buenamente pudo, y llegó a los monos. Los monos le observaban con curiosidad, pero la situación resultaba extrañamente cómoda para todos. Louis sacó su bocadillo, lo compartió con los monos calvos, y se quedó con ellos para siempre. Incluso encontró el amor con una jovencita mona de calva sonrosada.