30 mayo, 2022

Geográficamente, una isla

No sé si era un genio o un loco, pero ayudé a aquel hombre a desfacer el entuerto en el que se encontraba, del que no daré detalles, pues quedaría en total indignidad ante el juicio inquisidor de la amplia mayoría social de la actualidad. 

—Gracias, hijo. Lo estaba necesitando. Pídeme lo que quieras.

—¿Lo que quiera? Quiero ser embajador de mi propia isla.

—¡Voilà! ¡Ahí la tienes! —dijo el tullido con rimbombantes ademanes, antes de desaparecer para siempre.

Cogí mi adoquín y me lo llevé a casa para disfrutar en soledad de su compañía. Muchos meses más adelante, el adoquín me salvó la vida, estampándose repetidas veces contra la frente de un sinvergüenza, pero esa es otra historia.